lunes, 16 de mayo de 2011

Refugio

Hay días en los que el refugio de la literatura, por utilizar un tópico manido, es verdaderamente un refugio y preferirías mil veces estar dentro de una novela que dentro del periódico, esa fotografía movida de un estado de cosas que no entiendo porque es imposible sobreponerse a los políticos sonriendo a la cámara; a los jóvenes acampados; a las mujeres degolladas por sus ex parejas; a gerifaltes en suites carísimas que nos provocan repugnancia; al estado general de sociedad occidental, encaminada sin remedio a parecerse cada vez más a una urbanización para ricos rodeada de una muralla con alambre de espino, garitas de guardias de seguridad con armas automáticas y vehículos blindados que repelen las oleadas de desesperados y hambrientos que van a romper una y otra vez con sus cráneos contra ella; a las elecciones, por Dios, a las elecciones, como si realmente pudiéramos elegir algo: el presidente de una empresa o el presidente de la siguiente con exactamente los mismos principios morales y la misma avidez y la misma codicia y la misma querencia por adular a gente que se merecería que clavaran sus cabezas en una estaca, y esto es solo es una metáfora, que quede claro. Días en los que cualquier historia, cualquier personaje, cualquier escenario nos parecería mejor que esta basura que tenemos que soportar, esta cascada interminable de idioteces, de tuits, de mensajes en facebook, de mensajes por teléfono móvil, este concurso a la popularidad sin objeto, este desfile de ingenios obtusos, esta necesidad de sentirse alguien, de levantar la cabeza unos milímetros sobre el mar interminable de cabezas que se divisa por todas partes, de hacerse algo de hueco a codazos entre todos los que, como tú, como yo, piensan que tienen algo que contar, piensan que tienen algo que decir, este interminable desfile de bits, esta vacuidad.
Así que aquí tienen un par de puertos seguros en los que uno puede refugiarse de la tormenta exterior. En el primero el mar es turquesa y la arena blanca de la playa no se sabe si está producida por los restos calcáreos de conchas preshitóricas o por el polvillo que, poco a poco, van soltando los cadáveres decapitados de la frontera del Norte. En el segundo, el huracán golpea la costa y las olas se han comido la playa mientras el viento amenaza con fragmentar en mil tablones la pequeña casa de madera en la que nos refugiamos.

El primer puerto es Señales que precederán al fin del mundo, de Yuri Herrera, en Periférica; el segundo Padres, hijos y primates, de Jon Bilbao, en Salto de Página.

Si se aplican podrán visitar los dos en una única tarde. O llevárselos de acampada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario