jueves, 19 de enero de 2012

Ragtime de E. L. Doctorow

La primera frase (que dicen que es la más importante a la hora de comunicar un mensaje) es esta: Ragtime de Doctorow es una novela buenísima. Así, sin peros. Buenísima. Un fresco de los Estados Unidos en los inicios del siglo XX contado a través de las vicisitudes de una familia burguesa. En ella aparecen Houdini, Pancho Villa o Booker T. Washington. Aparece J. P. Morgan y Henry Ford. Aparecen Padre, Madre y Hermano Menor. Aparece Emma Goldman, la anarquista.

Todos ellos, claro está, se convierten en ficción por el mero hecho de aparecer en una novela («una gota de ficción lo convierte todo en ficción», que decía Muñoz Molina que citaba Patricio Pron en el epílogo de su última novela). Si fueron personajes reales o no lo fueron solo es una anécdota, lo que menos interesante me resulta es investigar si acabaron deportando a la Goldman, si Morgan estaba obsesionado con el antiguo Egipto o si Washington utilizaba tantas referencias bíblicas cuando hablaba. La novela no es buena porque esté muy bien documentada (que lo está), ni siquiera es buena porque queramos saber qué sucede con la familia y contemos los minutos que nos faltan para poder leer (los minutos que pagan las facturas, por ejemplo), ni siquiera porque tenga un estilo que empieza pareciendo seco (frases cortas, muchos puntos y seguidos) y acaba emocionando (no sé cómo consigue Doctorow hacer eso con el lenguaje, la verdad), no, la novela es buenísima por todo eso y además porque pertenece al campo de la literatura, no sé si me explico.

Podríamos decir, parafraseando el famosísimo (y cortísimo y banal) cuento de Monterroso: «Cuando la novela despertó, las series de televisión ya estaban allí», que la narrativa hoy en día tiene que ofrecer algo más que el desvelo progresivo de una trama interesante, algo más que una historia, por bien escrita y documentada que esté. Para contarnos bien una historia ya están las (buenas) series de televisión.

Piensen en una novela como Juego de Tronos de George R. R. Martin. Es una buena novela, imaginativa, creíble, con una trama coherente, con personajes verosímiles (buenos y malos a la vez, como la vida misma), etc. Ahora bien, si me pidieran la saga en La independiente, yo les preguntaría si han visto la primera temporada de la serie y si su respuesta fuera afirmativa, les diría que se ahorraran el primer libro. Es decir, una buena novela sin más. Entretenimiento del mejor pero trasladable en su totalidad a la televisión.

Ragtime es diferente precisamente porque consigue algo imposible de contar (de forma inteligible, quiero decir) con los recursos del cine o de la televisión, que tengamos la sensación de estar atisbando a través de una mirilla una época completa de la historia de Estados Unidos.
Sé que hay un musical y una adaptación al cine de la novela y que el libro tuvo muchísimo éxito en Estados Unidos cuando se publicó en 1974. Seguro que la película no está mal. Sin embargo, creo que lo que hace grande la obra de Doctorow (Homer y Langley es otra novela suya también fantástica y además contada desde el punto de vista de un ciego) es precisamente lo que hace única a la literatura a la hora de contar historias: la atmósfera, el ritmo, la musicalidad. Cosas que no se ven, que solo se pueden sentir.

Creo que hay varias escenas de la novela que se van a quedar mucho tiempo conmigo. Como cuando el músico Coolhouse Walker Jr. interpreta un rag en el salón de la familia y el autor describe cómo la música se va apoderando poco a poco del espacio, posándose aquí y allá, haciendo volutas. O como cuando Hermano Menor se va en un Ford T camino de México y el autor habla de un atardecer de arcilla roja. Seguro que no las olvidaré fácilmente.
Y, ¿saben?, estoy seguro de que si leyeran la novela, sus escenas preferidas serían otras y que si leyeran estas a las que me refiero, la visión que tendrían de ellas sería muy diferente de la mía.

Háganme caso y compren el libro. Y después si quieren vean la película.